Tres historias de amor en una noche habanera: nueva película de Gerardo Chijona
Por Antonio Mazón Robau
Treinta años después de «Adorables mentiras», su debut como realizador y excelente comedia que recordamos con mucho cariño, el experimentado director Gerardo Chijona nos hace una nueva propuesta. Su título es «Oscuros amores»
El nacimiento de una comedia negra
A raíz del estreno de La cosa humana en el Festival de Tribeca, en Nueva York, y su compra para distribución nacional por una importante compañía en Estados Unidos, surgió la idea de hacer otra comedia. Aproveché la ocasión y propuse hacer una comedia negra. En ese momento yo regresaba a La Habana a rodar Los buenos demonios, una película que sabía que iba a ser difícil, porque era el proyecto inconcluso que mi amigo Daniel Díaz Torres murió soñando con hacer, un guion escrito por él y Alejandro Hernández. Para mí era una gran responsabilidad, pues mi objetivo era hacer la película de Daniel, no la mía, y dudaba de poder ser el brazo ejecutor del proyecto. Cuando vi el primer corte con Alejandro en Madrid y, sobre todo, con los hijos de Daniel, Danielito y Laurita, que trabajaron conmigo en la película, fue que respiré. Ellos sintieron que la mirada de Daniel estaba ahí en pantalla.
Los referentes
Yo sabía que Francisco García, el guionista que ha trabajado conmigo en otras películas como Boleto al paraíso y La cosa humana, había escrito un par de cuentos que tenían que ver con el humor negro. Enseguida le escribí y, en lo que yo filmaba y editaba Los buenos demonios, él empezó a armar la historia de Oscuros amores. Rápidamente nos pusimos de acuerdo en que fuera una película coral, con siete u ocho personajes, y que todo pasara durante una noche habanera. Ahí tuvimos como referente la película de Martin Scorsese Después de hora (After Hours), que se ajustaba un poco al estilo de locura y de absurdo que iba a tener ese humor negro que queríamos reflejar, ya que la película está más cerca de la farsa que de la comedia de sonrisas, y el diseño de los personajes iba a estar bordeando el estereotipo.
Le propuse también a Francisco tomar como referencia el humor negro de Buñuel, sobre todo el de su etapa mexicana, y las películas clásicas de Titón La muerte de un burócrata y Guantanamera. De más está decir que cuando uno se pone a trabajar en un guion, el referente lo tiene ahí, en la parte de atrás del cerebro, pero a medida que el trabajo avanza, después se olvida, pues el proceso de escritura es más complejo que estar imitando cosas a las que no puedes llegar nunca, como es arrimarse al cine de Buñuel o de Titón.
Lo difícil de filmar una comedia
Lo que hicimos entonces de mutuo acuerdo fue empezar a armar tres historias de amor que transcurren paralelamente en una noche habanera y ver de qué manera lográbamos que empezaran a cruzarse en un momento determinado de la narración. Cuando hago comedia siempre recuerdo aquello que decía Truffaut, que todo el que hubiera pasado por la experiencia de escribir una comedia sabía que es el género más difícil, el que requiere más trabajo, más talento y, sobre todo, humildad. En el cine nunca hay apuestas seguras, pero cuando te metes a filmar una comedia hay más inseguridad todavía. Uno no sabe si la gente se va a entretener o se va a reír. Sabes que tienes una estructura, un diseño de personajes, un arco dramático, y tratas de ser lo más consecuente posible con el género. Pero no sabes cómo ni cuándo se va a reír la gente, si es que logras que se ría. Pasa muchas veces, durante la escritura, que en determinadas escenas apuestas por un momento de humor, pero no estás seguro de que funcione, y para asegurarlo tratas de tener un segundo momento, y a veces la inseguridad es tan grande que tratas de tener un tercero. Entonces es terrible muchas veces, porque cuando el primer momento funciona y la película está en su versión original, la gente se ríe y no oye el segundo momento, que a veces es mucho mejor. Solamente cuando las películas se exhiben con subtítulos escapas a esa tortura.
El otro reto es que la farsa te obliga a diseñar personajes pegados al estereotipo. Esa experiencia ya la viví cuando hice Un paraíso bajo las estrellas, que era también una farsa con envoltura de musical, y que, para mi sorpresa, fue una película con más de dos millones de espectadores en Cuba, y tuvo un largo recorrido en festivales y múltiples ventas internacionales. Cuando trabajo con Francisco García en una comedia, casi siempre hacemos el doble de versiones que cuando hacemos un drama. Aclaro que estoy hablando de cine narrativo, con estructuras clásicas. En total, Francisco escribió unas dieciocho versiones del guion. Para mí es una delicia trabajar con él, pues es muy flexible, incansable, sabe escuchar y tiene un sentido del humor cínico como el mío, y rápidamente captó el tono de la película que yo tenía en la cabeza. En los dos proyectos anteriores desarrollamos los guiones a cuatro manos, pero en esta oportunidad él es el padre de la criatura. Él escribió todas las versiones del guion y yo solo fui una especie de asesor, sobre todo de la estructura, que es donde me siento más seguro. Una de las cosas que siempre agradeceré a mi experiencia en los talleres de Sundance es que aprendí a ser obsesivo con las estructuras, pues cuando esta funciona, la historia avanza con fluidez hasta el final.
Empezamos a trabajar las historias de amor, pero siempre había una tercera, esquiva, que sentíamos que no encajaba en el tono de humor negro, a veces macabro, que queríamos, y tampoco encontrábamos la forma de cruzarla con las demás. Optamos entonces, dentro de la locura que se forma esa noche, por una historia más humana, más cercana a la realidad. Algo similar al contrapunto que se logró en Adorables mentiras entre los normales, que eran Jorge Luis y Sissy, y la loca y marginal, que era Nancy, y que funcionó a las mil maravillas. De más está decir que el personaje de Nancy, interpretado magistralmente por Mirtha Ibarra, cobró tanta fuerza que brincó, por derecho propio, a Fresa y chocolate.
Dos de las historias de amor y muerte tienen su desenlace en la escena final, y para que la tercera historia también concluyera felizmente, a Francisco se le ocurrió un desenlace imprevisto a partir de la danza y un final de «cine dentro del cine», que aprovechamos para hacerle un homenaje a Juan Carlos Tabío, gran amigo y uno de los grandes nombres del cine cubano. Juanca se entusiasmó con la idea y salió de su aislamiento voluntario para interpretarse a sí mismo en una breve escena. Ese día en que lo tuvimos en el estudio de Cubanacán fue un momento muy feliz para todos los que estuvimos acompañándolo, y también para él, arropado por el cariño de toda la gente del staff.
Cuando estábamos filmando la película, nadie podía imaginar que iba ser la última de Raúl Pérez Ureta, otra pérdida muy grande para nuestro cine. La mayoría de mis películas las hice con Raúl como fotógrafo, y no solamente éramos compañeros de trabajo, sino buenos amigos, casi familia. Raúl enseguida captó la atmósfera y el look que yo quería, que no era la fotografía clásica del cine negro, porque estábamos filmando una comedia en la que no encajaba del todo la atmósfera opresiva y angustiosa del cine negro clásico.
La película está dedicada a Raúl y a Juan Carlos, dos pérdidas irreparables para el cine cubano.
Otras notas de producción
Fue una película agotadora. Unas pocas semanas de rodaje, un presupuesto reducido, muchos exteriores y el noventa por ciento de las escenas filmadas de noche. Gracias al estupendo plan de rodaje del productor Daniel Díaz Ravelo pude salir ileso de esa paliza.
Un reparto muy exigente
Para atenuar el carácter estereotipado de los personajes, yo sabía que tenía que contar con un elenco de primera, y convoqué a muchos de los que ya son asiduos en mis películas, aquellos con los que, después de discutir el personaje y ensayar, ya solo basta mirarnos en el set para saber por dónde van los tiros. Una de las historias la integran Isabel Santos, Osvaldo Doimeadiós, Yailene Sierra y Mario Guerra.
La otra la interpretan Luis Alberto García, Enrique Molina, Vladimir Cruz —quien caracteriza a un director de orquesta, para lo cual estuvo preparándose durante un mes en la prefilmación— y la actriz de Insumisas, Yeny Soria, que pasó un casting muy exigente. Yo nunca había trabajado con ella, y estoy muy contento con el resultado. La tercera estuvo a cargo de Carlos Enrique Almirante y Yailín Coppola, actriz con gran experiencia teatral, pero poca en el cine. Ella concibió y le dio vida a su personaje de manera auténtica y convincente.
Isabel Santos me sorprendió cuando, al terminar de leer el guion, me dijo que para ella Oscuros amores era una película sobre la soledad. Ojalá sea verdad. Es cierto que, en el mundo de locura y absurdo en que se mueven, los personajes están buscando compañía desesperadamente, por lo que llegan a extremos inimaginables. Yo me conformaría con que el público que vea la película, cuando llegue el momento del estreno, disfrute este divertimento, después de estos años duros y difíciles que nos ha tocado vivir.
Lo que resta para verla
La película se terminó de filmar en julio de 2019 y terminamos de editarla con Miriam Talavera, que ya es como mi brazo derecho, a finales de ese año. Con un corte ya cerrado, Sheyla Pool, que fue alumna mía, se encargó de diseñar la banda sonora. Trabajé por primera vez con Juan Antonio Leyva y Magda Rosa Galbán, que compusieron una música maravillosa para la película. En marzo de 2020 ya estábamos listos para viajar a España a hacer la mezcla de sonido y la corrección final de luz y color, pero la pandemia lo congeló todo. Aún estamos a la espera de poder terminar la película, que esperamos que se concluya en el último trimestre de este año.
Fuente: Revista Cine Cubano. 30/08/2021